30 de junio de 2009

Microrelato II: La madeja de hilo


De pequeño arrojé un bote de tinta sobre una colcha que mi abuela había regalado a mi madre el día de mi nacimiento. Temiendo por las consecuencias de mi acto, urde un plan con el que culpar a mi hermana y evitar el castigo. Acudí a mi madre que tejía un jersey, pues el invierno estaba próximo, y le relate como había visto a Lola derramar la tinta sobre su colcha. Para reforzar mi relato añadí que dicha conducta podría estar relacionada con el hecho de que Lola había sido castigada sin poder salir de fiesta ese mismo sábado. Mi madre, sin levantar la vista de la madeja de hilo en que estaba trabajando, me dijo: “David, ¿de verdad ha sido Lola?” Por un instante dudé sobre lo convincente de mi mentira pero reafirmé mi versión de los hechos y ella volvió a hablar: “entonces tu hermana tendrá que ser castigada pero piensa una cosa, cuanto más liamos la madeja de hilo más difícil es luego desliarla”. Lo dijo con total frialdad y ahora entiendo que no le importaba el daño a su colcha, sino mi mentira. Por supuesto, mi hermana fue castigada aunque negó haberlo hecho. Se enfadó conmigo y, aunque años más tarde le pedí perdón, la madeja estaba tan liada que nunca más he vuelto a hablar con ella. Aunque debería haber aprendido una importante lección, la verdad es que durante todos estos años he seguido liando mi madeja y, supongo que por ello, hoy no tengo más amigos que la soledad.

25 de junio de 2009

Cabrón


Buscando en el diccionario la palabra “cabrón” encuentro que todos estos años he estado equivocado acerca de su significado. De acuerdo con el diccionario se refiere al “macho de la cabra o al marido que consiente el adulterio de su mujer”. Desde mi modesta opinión, creo que habría que corregir este último significado. En primer lugar, si mantenemos lo que el diccionario nos dice, sería conveniente comenzar a hablar de cualquier hombre que, siendo su cónyuge una mujer o un hombre, lleva más cuernos que el padre de bambi (que no digo yo que la madre de bambi sea un “puta”, era un ejemplo). En relación a este ejemplo, en segundo lugar, habría que revisar la delicada dureza que contiene la palabra cabrón frente a la palabra puta, ya que cabrón es el que hace cabronadas y puta la que hace putadas. No me negaréis que no es lo mismo decir “que putada me han hecho” que “que cabronada me han hecho”. Vamos en este último caso la gente se ríe de ti. La mujer siempre ha tenido las de perder. Por último, habría que eliminar el verbo “consentir” porque uno podría pensar que, conocido el adulterio, la mejor opción es matar al cónyuge antes que consentir. Claro, si no consientes no serás un cabrón. Ahora bien, aviso a navegantes: la falta de consentimiento ante un asunto de esta naturaleza no debe llevarnos irremediablemente al asesinato, a no ser que en estos tiempos de crisis queramos habitación y comida gratis para los próximos años. Un “adiós guapa o guapo, ahí te quedas”, también es válido. De todas maneras, a estas alturas os preguntaréis, como yo lo hago, ¿cómo llamamos al tío que comete adulterio, si el cabrón es el que lo consiente? Seguro que una mujer es puta tanto si lo comete como si lo consiente. ¿Y el hombre? Para mí, desde luego es un cabrón como la copa de un pino.

Sin embargo, el significado de cabrón en el que estoy interesado es el que define a su significante como “el hombre pusilánime y cobarde que te juega una mala pasada”. Cabrones, por tanto, hay muchos. Todos nosotros/as hemos conocido algunos y, ya es hora de añadirlo, también algunas. Si hay miembros y miembras, digo yo que habrá cabrones y cabronas. Fijaros que “putos” no suena bien. El caso es que llevo unos años relacionándome con un cabrón, vamos, si hubiera un rey de los cabrones sería éste y, estoy seguro, que le encantaría ostentar dicho estatus (puestos a ser un cabrón preferirá ser el más cabrón aunque sólo sea un mediocre). Este cabrón juega al poli bueno, salvaguardando su imagen mientras que deteriora la mía. Esto me preocupa medianamente pero ahora que le estoy dando vueltas, puede que el cabrón sea yo ya que durante todos estos años he consentido sus cabronadas. Puesto que ando liado con el significado del significante “cabrón”, he barajado distintas posibilidades para dejar de ser un cabrón, si es que lo soy. Puedo matarlo (aunque me da pereza), puedo decirle “adiós, ahí te quedas” (¡no me da la gana!), o puedo instalar una micro cámara en cierto lugar que grabe el trasiego que últimamente le acompaña durante las tardes de verano. Ahora que lo pienso, ¿es su mujer una cabrona? En todo caso, ¡vaya putada!

22 de junio de 2009

Microrelato I: Avatar*


Llegó un día en que nunca más supo de él. Marcó repetidamente su número de teléfono y la teleoperadora lanzaba el mismo mensaje: “no existe ningún abonado con el número marcado”. Llamó a su puerta con la ansiedad de quien cree ver como su vida se desmorona. Un extraño abrió la puerta y amenazó con llamar a la policía si seguía acudiendo día tras día. Las fotos que tenía guardadas de él también habían desaparecido y el blog en el que solía escribir parecía no haber existido nunca. Sentada en el sofá relataba a su terapeuta la impotencia y el sufrimiento que le producía su pérdida. Todavía no podía creer que todos sus recuerdos fueran inventados, que él nunca hubiera existido. Ante esta nueva realidad tan sólo quedaban dos opciones: seguir adelante o recuperar su avatar.

* Para ser leído mientras se escucha la canción “Open your eyes” de Snow Patrol en su álbum Eyes Open.

18 de junio de 2009

Al otro lado del espejo


Últimamente he dejado de alimentar mi cerebro. Ya no leo novelas con argumentos de tipo social, filosófico o psicológico, aunque confieso no haberme resistido a degustar El país del miedo de Isaac Rosas e Higiene del Asesino de mi adorada Nothomb. Sin embargo, ahora devoró Nocturna, de Del Toro y Hogan, con la sed de los vampiros que recorren sus páginas y pego pequeños bocados sabrosos a los microrelatos contenidos en Perturbaciones, antología del relato fantástico en español. También he leído algún que otro relato de Lovecraft y, aunque algunos me criticarán y desearan que arda en el infierno por ello, prefiero a Stephen King, quizás porque su lenguaje es más cercano y sus tramas son más actuales. Por supuesto, en unos años no lo será. Quiero leer por entretenimiento, casi sin reflexionar, aunque algunos puedan decir que eso es leer por leer.
Últimamente, casi no ingiero grasas, aunque como más de 4000 calorías diarias, a base de hidratos de carbono, repartidas en cinco comidas. Dicha cantidad ha comenzado a generar en mi organismo tejido adiposo que antes no tenía y que está elevando mi peso y modificando mí figura. Me siento mejor, más a gusto, incluso con mi incipiente “Michelin”. Ahora voy cuatro días diarios al gimnasio y cada día salgo más contento. El gimnasio me está reportando amistades heterosexuales y ello está contribuyendo a mi heterosexualización, lo que no detesto, sino todo lo contrario. Quizás el problema venga cuando descubran mi pequeño secreto pero hasta entonces disfrutaré de la camaradería masculina.
Últimamente dedico más tiempo a mi cuerpo que mi “alma”. No sé si será por la secreción de endorfinas, el contacto con hombres de masculinidades trasnochadas, o la despreocupación con respecto a otros temas, pero estoy enganchado al ejercicio. Me evade, me relaja e incluso me excita. Por eso, cuando oigo algo sobre el trabajo, la importancia del estatus, la acreditación, las publicaciones, etc., me parece oír el eco de una voz lejana, la que antes me decía “deberías publicar algo de tu tesis, deberías rellenar lo de la ANECA, deberías preocuparte más por las relaciones universitarias….” Está mal que lo diga en un año de crisis donde todo el mundo anda agobiado y preocupado por su trabajo, pero han sido muchos años de represión y ahora contesto a esa voz: ya lo haré, ahora quiero que mi vida sea sencilla, bella en su simplicidad, sin altos vuelos ni preocupaciones innecesarias, quiero mirar al otro lado del espejo porque este lado lo tengo ya muy visto.

5 de junio de 2009

Varices


Frecuentemente caía en el error de recordar como le gustaba observarlo mientras dormía, especialmente las mañanas soleadas de domingo. Desde hacía un tiempo, procuraba despertarse antes que él, se recostaba en la cama y cogía un libro. No leía, pues sólo quería mirar, pero aquel objeto le servía de excusa cuando le pillaba infraganti mirándole. Disfrutaba viendo su pelo arremolinado, el vibrar de sus labios mientras respiraba tímidamente y, quizás, soñaba. Se fijaba en las legañas que se había formado durante la noche y que serían borradas minutos después en el baño matutino. También le gustaba ducharse con él y todo el juego erótico que acompañaba esos baños. Se divertía preparándole el desayuno y sentía algo agradable al mirar los hoyuelos que se le formaban mientras masticaba. Le encantaban los momentos en que sonaba una canción en la radio y sin mediar palabra ambos se ponían a bailar hasta acabar juntos, besándose. Su piel se erizaba cuando recordaba los abrazos y los besos dentro del mar, una tarde cualquiera de verano. Se estremecía cuando recordaba como era que le abrazaran por detrás mientras besaban su cuello. Mientras escribía o leía le gustaba saber, sentir, que él estaba en otra habitación, también leyendo o escribiendo. A veces abandonaba su lectura y se movía por la casa, tratando de no hacer ruido, hasta situarse donde no pudiera ser visto y así poder espiarlo. Verle leer le resultaba muy erótico. Él no tardaba en darse cuenta que estaba siendo vigilado y se hacía el interesante pues conocía la reacción que provocaba.
Superado el error, se despertaba de su ensoñación y se preguntaba cómo era posible recordar, cómo era posible evocar esas situaciones y las sensaciones que estimulaban, cuando sabía perfectamente que todo era inventado. Parecía haber experimentado el calor de los besos, el olor a mar, la fuerza del abrazo y las cosquillas en su estomago mientras le espiaba. Todas esas sensaciones las tenía, pero no con él. Suponía que, en ocasiones, inventamos recuerdos y los recreamos hasta tal punto que nos parece haberlos vivido. Se levantó de la cama, allí donde había creído observar al otro, y mientras lo hacía divisó una pequeña variz en uno de sus muslos. Se asustó. Pensó que, al igual que la sangre quedaba atrapada en ese tramo de vena, quizás esos recuerdos inventados obstaculizan el flujo neuronal de nuevos recuerdos, de nuevas experiencias. Se sintió mayor, no por la variz en su pierna, sino por las varices cerebrales que se había procurado durante estos años y concluyó que lo mejor sería operarse. Bajó a la calle y se puso a hablar con el primer desconocido que encontró. Sabía que la mejora de su flujo neuronal pasaba necesariamente por el hecho de aventurarse.