25 de septiembre de 2009

Revolutionary Road


Sentada en su vieja butaca cerró el libro al consumir su última página. Lo dejó en su regazo y apoyo sus dos manos contra él. Suspiró mientras pensaba en aquel final que había releído ya cinco veces. Las primeras cuatro veces llegó a la conclusión de que la decisión de April Wheeler había sido la correcta dada su situación. El personaje había tomado una drástica salida ya que se sentía incapaz de cambiar el contexto y la sociedad en la que le había tocado vivir. De hecho, la conducta de April le había parecido la de una heroína y así trato de hacerlo ver a los miembros del club de lectura con los que había compartido su primera revisión del texto de Richard Yates. Por supuesto, aquellas personas habían ignorado su opinión, argumentando que April debería haber hecho algo tan sencillo como pedir ayuda. Sin embargo, ella creía entender la desesperación de April y su dificultad para solicitar esa ayuda. Este evento le hizo abandonar el club de lectura y con él las pocas relaciones sociales que, por aquellos años, mantenía. A sus 65 años se sentía como si ya tuviera 90 aunque seguía aferrada a la vida, no como su personaje favorito. Se decía así misma que no tenía la fortaleza que April y, a pesar de que en muchas ocasiones pensó que su existencia carecía de sentido, nunca fue capaz de seguirla, de tomar ejemplo. Pero aquel día, en el momento en que acabó la quinta lectura de aquella preciosa novela, algo en su interior se rompió. Donde anteriormente vio valentía, ahora veía cobardía y entonces, por primera vez, comprendió las palabras de John Givings en aquella misma novela. April debió haber canalizado su ira y su frustración de otra manera. Podía haberse largado a Europa ya que, al fin y al cabo, dejó a sus hijos huérfanos. Podía haber roto aquella profecía que la autoaferraba a una existencia miserable. Con aquel pensamiento miró a su alrededor y vio todos los libros que la rodeaban. Había dedicado los últimos años de su vida a releer todas aquellas novelas que, ahora pensaba, debería haber tirado hace tiempo. Se levantó despacio, su cuerpo no le dejaba hacerlo de otra forma, y fue hacia su escritorio. Miró todas aquellas cartas escritas a mano donde había volcado todo lo que iba sintiendo durante esos años, donde había hecho comentarios de los libros que iba leyendo y donde se encontraba lo que se suponía era el manuscrito de su propia novela. Lo dejó todo allí, entre las tinieblas de la luz del atardecer que deja paso a la noche. Se vistió con su mejor vestido, metió en su bolso la cartilla del banco y la foto de aquel a quien una vez amo. Dejó abierto el gas mientras se maquillaba. Volvió a su escritorio, cogió las cartas y aquel manuscrito que tanto tardó en acabar. Volcó todos los papeles en el paragüero que adornaba la entrada. Prendió una cerilla y la lanzó contra el papel. Abrió la puerta de su casa y salió a recibir el frío de la noche. Montó en su coche y con una enorme sonrisa puso dirección a Las Vegas. Era momento de pedir ayuda y, mientras tanto, de pasarlo bien aunque eso supusiera acabar con el último centavo de sus ahorros. Ahora, la casa ardía y con ella la April que le había acompañado durante todos estos años.

16 de septiembre de 2009

Follow me


Una brisa recorre la habitación y provoca que mi piel se torne áspera al experimentar el frío, obligándome por primera vez en cuatro meses a cerrar la ventana. Me cobijo al otro lado del cristal y subo mis pies a la silla, abrazándome a mis rodillas mientras en la radio Sara Bareilles canta “One sweet love”. Atrás quedan ya los días de verano aún cuando el calendario se obstina en convencerme de lo contrario.
He comenzado las clases y el frío de las mañanas me ha obligado a vestir chaqueta. Mis paseos en solitario hacia la universidad son ahora compartidos por los estudiantes de secundaria y sus coloridas mochilas. Las tardes han acortado su duración dejando paso a una, cada vez más, madrugadora noche. Aquí me encuentro, apoyando mi barbilla sobre las rodillas y pensando, con melancolía, que la vida sigue siendo una inalterable monotonía de eventos. Estoy esperando a que las vías me regalen una historia ajena a mí o, mejor, que alteren el ordinario acontecer de mi vida.
Unos golpes en la ventana me despiertan de mi ensoñación. Parece como si alguien hubiese golpeado el cristal, llamándome. Una nueva historia, quizás. Abro la ventana para mirar pero no hay nadie fuera. Desilusionado me dirijo hacia el comedor y, mientras camino, un fuerte golpe hace que mi corazón se encoja. He debido dejar la ventana entreabierta. Ahora huele a sal y arena. Una nueva ráfaga, esta vez más fuerte, recorre la habitación hasta el punto en que me encuentro y, como si se tratará de un cuerpo, me coge entre sus mediterráneos brazos y acaricia mis labios con esa mezcla de sol, arena y sal. “Vaya –pienso -seguro que mueve aviones”. Y le dejo entrar porque, al fin y al cabo, resulta ser un ENCANTO. Quizás este otoño sea completamente distinto al resto, quizás este otoño sea el primer otoño del resto de mi vida.

15 de septiembre de 2009

Un mes, un libro


Para desengrasar un poco hasta la próxima entrada al blog, una de novela gráfica o cómic, como prefiráis llamarlo. A pesar de que Planeta me parece una editorial muy rancia para este tipo de propuestas, lo cierto es que me ha gustado. Tercera obra de Esteban Hernández y me he quedado con ganas de leer las anteriores: Culpable y otras historias y Qu4ttrocento. ¿De qué va? Pues os dejo el resumen que aparece en su contraportada, que hoy ando algo perezoso para escribir. Juzgad por vosotros mismos. Besos.


"Suéter es una tragicomedia cotidiana. El protagonista de esta historia hace una voluntaria escala en su personal viaje figurado de recuperación psiquiátrica para hablarnos de lo que pasó regresando hacia su casa en un vagón de metro. Un revisor obsesionado por las dos exigencias que su empresa de subcontratas le plantea para conservar su trabajo (guardar silencio y no perder el tiempo) le hacen enloquecer hasta el punto de convertir esas dos frases hechas en dilemas irresolubles: ¿dónde se guarda el silencio y cómo puede uno encontrar el tiempo que ha ido perdiendo durante los años vividos?. Preguntas que el trastornado revisor cree dirigir a la mismísima Muerte pero con las que en realidad aborda es a Alexis, un ilustre catedrático afectado de gigantismo, embotado y disfrazado de Muerte que regresa a casa desde una fiesta que ha durado demasiado tiempo”

10 de septiembre de 2009

La extraña pareja


Hay historias que nacen enfermas y puede que ésta sea un de ellas. Puede que el enfermo sea quién la escribe pero necesitaba sacarla fuera, arrojarla al blog y así poder olvidarla. Algunos ya me habéis oído tan rocambolesca historia que tiene como germen un pareja real sobre la que he montado todo mi artificio. Nada tiene que ver en realidad esta historia con esas personas a las que ni tan siquiera conozco. Sin embargo, la historia original, que con algunos he comentado, ha cambiado sustancialmente. En fin, he recobrado mi tono oscuro y gris. Siento que no haya espacios en la historia, pero ha nacido así, de corrido, y quería respetar su naturaleza.


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Desconozco cuando se produjo el cambio pero cuando los conocí ya eran así. Me los presentó Andrea, la chica con la que salía por aquel entonces. Andrea era comercial de Mayoral, y se ocupaba de los encargos que Julio y Julia le hacían para su tienda de ropa infantil. Después de años de relación comercial establecieron algún tipo de relación personal y, a menudo, quedaban para cenar juntos. Estas cenas no eran más que momentos con los que evitar la soledad que los tres experimentaban. Más tarde, cuando también participe de ello, me enteré de que la relación había trascendido al plano sexual, y las cenas pasaron a convertirse en una excusa previa a cada uno de nuestros encuentros. No sé que nos llevó a compartir esos ratos de cama, pero el deseo entre los cuatro era cada vez más voraz y no nos importaba no saber casi nada acerca del otro. Eran nuestros cuerpos lo que hablaban y, al menos aparentemente, carecíamos de afecto entre nosotros. Una vez por semana, incluso más, participábamos de aquella especie de intercambio carnal. Los “¿qué tal estás” y otras preguntas de ese tipo se quedaron en las cenas, pues llego un punto en que ni siquiera cenábamos. Llegábamos al piso, nos desnudábamos y nos dejábamos llevar por el placer. Lo cierto es que, al principio esto no me importaba en absoluto. Disfrutaba de aquellos ratos que me hacían no pensar. Con el tiempo Andrea se cansó de aquella situación y nos abandonó. Me dio a elegir entre aquella extraña pareja y yo. Me quedé con ellos. Creo que mantuvimos esta situación durante un año más. Cada vez mi papel era más activo. Julio parecía disfrutar viendo como me follaba a su mujer y yo no tenía ningún reparo en ello. Pero un día lo que era placentero dejo de serlo. Aquel día la secuencia de acontecimientos fue la habitual. Un mensaje a mi móvil me avisó de una nueva cita, llegué a su casa y nada más atravesar la puerta comencé a desnudarme. Julia estaba sentada en el sofá, esperándome. Como venía siendo costumbre ninguno hablábamos pero ese día noté algo raro. La melancolía que siempre había invadido a ambos se encontraba hoy más patente. Sus cuerpos no rezumaban éxtasis como otras veces si no agotamiento, tristeza. A pesar de ello comencé mi tarea pues nunca me abandonaba el deseo que sentía por ellos. Mientras penetraba a Julia puede ver que un par de lágrimas salían de sus ojos y recorrían sus mejillas. Las lágrimas se transformaron en llanto y sus gritos me hicieron parar. Julio me agarró por la espalda y me lanzó al suelo. “Vete”- me dijo. Sorprendido traté de preguntar qué ocurría. “Vete, por favor, ya te llamaremos”-dijo Julio mientras abrazaba a Julia. Preocupado me vestí y salí del piso. Nunca más volvieron a llamarme. Durante semanas los observé en la tienda preguntándome que ocurrió aquel día. Impasibles doblaban la ropa de niño que vendían en su tienda y no hablaban entre ellos. La palidez que ya había advertido en sus cuerpos era ahora más patente. No traté de contactar con ellos pues sabía que ya no era bienvenido. Notaba como nuestro anterior acuerdo se había roto y, puede, que ya supiera de su fragilidad antes de que ocurriera. ¿Qué ocurrió aquél día? ¿Qué hice para salirme de aquel guión implícitamente acordado? Aún me lo pregunto. Años más tarde un conocido me habló de Julio y Julia, le extrañó que aquella pareja resultara tan gris, tan triste incluso con su clientela. Él presuponía que una tienda para niños debía provocar algún tipo de alegría en ellos, como si aquella actividad fuera vocacional. Me dijo que los rumores apuntaban a que la pareja tuvo un hijo y que este murió cuando cumplió los dos años de edad. No sé si aquello era cierto pero esta situación hacia comprensible a mi amigo la actitud que ante la vida mostraban Julio y Julia. Por mi parte nunca supe de la existencia de ese hijo, nunca habíamos hablado sobre la vida personal. Puede que, inconscientemente, comenzara a vincular la muerte de ese hijo con lo que yo viví aquel día, probablemente dentro de lo que pudo ser un aniversario, aunque todo ello no dejan de ser elucubraciones con las que eximirme de toda culpa.

2 de septiembre de 2009

Sulamita


En el “Cantar de los Cantares” una mujer sulamita es la amante de Salomón. Una versión primigenia del Romeo y Julieta de Shakespeare en la que ambos son obligados a separarse con la esperanza del recuentro. Salomón busca con desesperación a la sulamita y éste hecho le lleva a describir su amor de forma poética escribiendo así lo que también se conoce como el “Cantar de Salomón”. Al contrario que en el clásico de Romeo y Julieta la historia de Salomón nos lleva a concluir que el amor siempre triunfa. Desde una óptica cristiana estos poemas son una alegoría al consentimiento y bendición que otorga Dios a la relación entre un hombre y una mujer, la proclamación del amor entre personas de distinto sexo. No quiero con ello hacer una crítica o una proclama a favor del amor homosexual, no trata de ello este post, sino de mi cariño a la sulamita o la versión que conozco de ella.
Aunque ahora no caéis en la cuenta, quiénes seguis semanalmente este blog ya habéis oído hablar de Sulamita, de mi Sulamita. Apareció en el post llamado “Korea” sólo que en aquella ocasión no os dije su nombre. Sulamita (Suli como a ella le gusta que le llamen) es la pequeña vecina gitana de mi padres y que últimamente va plagando de anécdotas mis visitas familiares. Imaginad una niña de unos 11 años, de baja estatura, gordita, vestida con ropas ceñidas que marcan su barriguita y dejan entrever su piel morena. Una niña subida en tacones sobre los que desea aumentar su estatura. Una niña con grandes ojeras causadas por sus continuos lloros y un pelo negro azabache, que aparta de su cara con una estudiada brusquedad. Una niña con una voz ronca a la vez que chillona. Ella es Sulamita, la misma que le dijo a su hermana Sol que los reyes eran los padres, la misma que me enseñó que Falete no es uno de los suyos, la que no quiere jugar con mi sobrina porque prefiere juntarse con los adultos para hablar de las bodas gitanas, de la música que escuchan en el culto, la misma que nos anunció que, por primera vez en mucho tiempo, contaban en su congregación con una pastora y no un pastor (no de ovejas como ella quiso aclararme por si no la había entendido). Y aquí me tenéis como Salomón buscando a Suli cada vez que viajo hasta Tarancón, esperando sus conversaciones, a pesar de que, ya tiene aburridas a las mujeres que todas las noches se reúnen con mi madre en la puerta de su casa para charlar y comer un helado. No obstante, siempre que voy me siento en la acera esperando que aparezca y me cuente cosas para hacerle una de mis radiografías. Y esta es Suli.
Su expresión más habitual es: ¡Buah que asco!. A Suli le da asco todo lo relativo a la comida, desde el pescado, al pollo y también la fruta. Sólo disfruta con las patatas fritas, los helados y las golosinas. Suli me cuenta que todas las noches mueve su cama para acercarla a la de su hermana y defenderla de los terrores nocturnos, aunque en realidad es ella quién tiene miedo a la oscuridad. Me dice que no sabe leer porque cuando su madre iba a tener a Sol tuvo que permanecer en reposo por una amenaza de aborto (otras veces quién tuvo la amenaza de aborto es su tía) y la sacó de la escuela, un sitio que nunca le ha gustado. Yo le digo que ya huele a escuela y que pronto tendrá que regresar, pero ella no quiere. Me cuenta que una gata ha parido en su jardín y ahora no saben que hacer con los gatitos y se culpa de ese hecho por haber lanzado una pera a la gata que, según ella, se quedó para degustar la fruta. Le intento convencer de que a los gatos no les gusta la fruta pero ella me dice que a esta gata sí. Suli no quiere hablar de sus novios, pero dice haberlos tenido. De hecho Suli me dice que ya ha hecho el amor y me entristezco ante tal posibilidad. Suli, eres muy joven, trato de decirle. Los gitanos nos hacemos mayores antes que los payos, me dice ella. No la creo y confío en que la inocencia de su mirada aún sigue incorrupta. Y entonces se va a cenar. Su madre la llama desde el balcón. Ella pregunta qué hay de cenar. Pechuga de pollo, le grita su madre. Buah, que asco, le dice ella. Como no tenerle cariño.