3 de septiembre de 2016

Piedras (de Ramón Salazar)


Hace tres años regalé Piedras a alguien que formó parte de mi vida. No fue un regalo muy original pero, dado el significado que la película tenía para él, pensé que era un buen regalo de transición hacia algo que no tardaría en ocurrir y que se precipitaría semanas después. Piedras nunca fue una de mis películas favoritas, a pesar de que en ella podía ver reflejada ciertos anhelos. Había sufrido por amor, pero todavía no había sufrido una perdida como la que afronta Leire y, la verdad, me resistía a que mi educación emocional pudiera ser parte de su "ficticia" historia. Lo cierto es que no quería dotar de un significado propio a la carta final que cierra la película. De hecho, llegué a odiar ese fragmento porque años atrás me lo mostraron también como cierre de una historia personal. Cogí manía a Leire, su carta, su forma de bailar sobre el podium de una discoteca con los zapatos que robaba, esa letanía suya al hablar, como si siempre estuviera cansada (aunque esto creo que es algo más de la actriz que del personaje), y su falta de aire. Recientemente critiqué esta primera película de Ramón Salazar argumentando que muchos gays la veían como una biblia emocional en la que entender emociones propias y ajenas, donde Leire era la profeta que impartía su oratoria para decirnos cómo sentir y gestionar la pérdida. Supongo que, en realidad, a quien llegué a odiar fue a quien me ofreció su particular visión de la historia que Piedras contiene.

Pero Piedras contienen muchas historias. Distintas formas de sufrir por aquello que llamamos amor. Con una característica común:  las que sufren por amor son las mujeres. Y en gran medida es así, aunque no voy a entrar a las raíces de su por qué. El cine lo ha reflejado muy bien. Tanto, que es difícil encontrar ejemplos cinematográficos donde el hombre sufra por amor. Cada vez hay más, por supuesto, pero hasta no hace mucho quienes siendo hombres sufríamos por amor, hemos tenido que adoptar la mirada de la mujer porque no encontrábamos entre los actores ejemplos de lo que sentíamos. Por eso creo que Piedras no sólo era una espejo para las mujeres, sino también para los hombres que sentían de igual manera, aunque a veces tocara ocultarlo. 

Hoy he desempolvado el dvd de Piedras y he vuelto a verla. Pensé que su visionado también desempolvaría algunos fantasmas del pasado y que llegado el momento de la carta volvería esa rabia que sentía hacia Leire. No ha sido así, porque no me he fijado en Leire. Supongo que la identificación con ella era más fácil años atrás cuando tenía su edad. Mi mirada se ha dirigido hacia otro personaje de la película encarnado por Antonia San Juan, Adela. Ese personaje que ha esperado gran parte de su vida para decir "te quiero" y que cuando lo dice se da cuenta de que no es correspondido. Y es que a veces sentimos a diferente niveles y solo puedes conformarte con haber rozado aquello que tanto querías a la espera de que algún día puedas tocarlo no sólo con tus dedos si no con tu mano entera. Pero el tiempo pasa de forma rápida. 

Adela da las gracias por esos momentos en que, aun teniendo miedo, parecía tener lo que tanto tiempo había soñado. No estoy exactamente en la situación de Adela, pero la entiendo o quiero entenderla. Quizás, más bien, busco a alguien que parezca compartir lo que a veces he sentido. O quizás hoy he elegido sentir eso y mañana seré Leire, Isabel o Maricarmen. No sé si el cine nos ayuda a entendernos mejor pero si que genera sentimientos de pertenencia a algo. Nos hace ver que otros se parecen a nosotros, que no somos tan raros, que hay alguien ahí que también nos entiende, y que ha pensado lo mismo que nosotros. Puede que no sea así. Puede que lo queramos ver así porque hay veces que no queremos ser únicos. 

No puedo mirar a Lisboa y decir...lisboa es rara Javier...pero puedo imaginar una tarde soleada junto al mar. El roce de los rayos del sol sobre una piel ajena que te permite recorrerla con tus dedos. Unas palabras repetidas en el aire: tu más...no, pero vale. Y un secuestro emocional por romper para seguir construyendo sueños, aunque estos sigan siendo los mismos de siempre. Qué rabia, porque todo esto es la constatación de que somos más emocionales que racionales y de que volveremos a tropezar en la misma piedra cuantas veces sea necesario puesto que, a veces, aprender resta emoción a lo que te pasa.