Hay un momento en la vida de todo joven en que, ingenuamente, piensa en aquello que los anglosajones expresan como "make the difference" (marcar o hacer la diferencia). En muchos casos este deseo te lleva hasta tu elección universitaria y, así, uno elige ser trabajador social para cambiar la realidad de determinados colectivos, ser educador de personas con discapacidad para mejorar su calidad de vida y su independencia, ser periodista para dar a conocer la realidad y luchar contra quienes pretenden ocultarla o maquillarla. Sin embargo, a medida que uno recorre su experiencia universitaria, estas ideas van cambiado, tendiendo hacia el pesimismo o, quizás, hacia el realismo, siempre con la máxima de que algún tipo de cambio está claro que se puede ejercer, aunque no sea el esperado. Pero más allá de esa ruptura de expectativas, de ideales y sueños utópicos, cuando te introduces en el mercado laboral está claro que esa nueva realidad te reclama cosas que identifican carencias en el modelo de formación universitaria del que has formado parte y uno tiene que aprender y también reaprender cosas que daba por dadas.
Ahora imaginad el caso de un chico que, por confabulaciones astrales o vete tu a saber que clase de visicitudes del destino, no abandona el ámbito universitario sino que hace de él su espacio para el desarrollo de su carrera. Ese es mi caso y, por honestidad, debo decir que no merecía este puesto. Por honestidad debo asumir que no me encuentro preparado para el desarrollo de mis funciones porque ni siquiera mi formación iba encaminada a lo que pretendo enseñar. Por honestidad debo decir que el sistema universitario es un sitio donde muchas veces no tiene cabida la auto-crítica y donde el manejo de plazas es más que evidente y conocido por todos. Así fue como fuí elegido, gracias a que la plaza que ahora ocupo llevaba mi nombre y mi perfil se "adecuaba" más a la plaza que el de otros curriculums. No obstante, en mi defensa puedo alegar que, incluso con la resaca, que ha durado años, de saber que este no es mi lugar, superando la desmotivación y el tedio que parte de lo que aquí me rodea me provoca, quizás posea una característica que en parte de este colectivo brilla por su ausencia: la autoexigencia. He pretendido dar lo mejor de mí, aprender lo que no sabía para poder comunicar algo (vamos que no sólo me quisiesen mis alumnos por mi belleza natural) y en algunos casos lo he conseguido pero en otro no. Por honestidad debo decir que he llegado a considerarme más un actor que un profesor y no podéis imaginaros lo que actuar cansa.
Hoy he acudido a unas jornadas para profesores noveles (vamos novatos) y no puedo más que ponerme nervioso cuando observo a los que allí estaban y comienzas a ver que, dada la presencia del vicerrector de docencia, todos los comentarios eran políticamente correctos hacia un sistema que ni siquiera nos ofrece la remuneración económica que se presupone ligada a nuestro trabajo. Y mientras trataba de escuchar a los que, supuestamente, son mis compañeros, venía a mi cabeza la selección de personal que dentro de mi departamento se realizó ayer y que, honestamente, respondió al mismo esquema que la mía. Soy consciente de que quizás mi queja es hipócrita y por ello quede invalidada, pero antes de aceptar una realidad que no puedo cambiar me queda el lloro y el pataleo (en mi casita, donde nadie puede verme) ante lo que creo injusto. Injusto porque no va a sumar al "equipo", injusto porque una vez más la docencia universitaria se va a ver deteriorada. En fin, para ser honesto debo deciros que tengo un cabreo de dos pares de cojones y me da rabia que sean estas cosas las que me hagan escribir cuando ahora mismo me están pasando cosas mucho más importantes relacionadas con el periodismo. Un beso bakalao!!