19 de noviembre de 2009

Middlesex


“Nací dos veces: fui niña primero, en un increíble día sin niebla tóxica de Detroit, en enero de 1960; y chico después, en una sala de urgencias cerca de Petoskey, Michigan, en agosto de 1974”. Jeffrey Eugenides (2003). Middlesex. Barcelona: Anagrama.

Hace unos días discutía con mis alumnos en torno a la variable género. Por supuesto, sigo creyendo que se trata de una categoría social, construida históricamente y de carácter multidimensional que hace referencia a las creencias, actitudes y preferencias aprendidas como consecuencia de la pertenencer al sexo masculino y femenino. Sin embargo, recordé que hace algo más de dos años, escribí el siguiente texto para un artículo, buscando evidencias de la importancia de la identidad sexual en la formación de la identidad de género. El texto que aquí os dejo se censuró, tratando de evitar la polémica que podría suponer, o al menos la confusión sobre los lectores en cuanto al origen social del género. Mi intención era alentar la discusión, pues luego comentaba evidencias del mayor peso de lo social y que, por extensión, no recojo aquí. Pongo este texto, extenso en su naturaleza, por la crisis creativa de estos últimos meses, y por que, al fin y al cabo, también se trata de una radiografía sobre lo extraído de una novela.
Aunque la mayoría de los recién nacidos presentan unos genitales bien definidos de acuerdo a uno u otro sexo, hay casos en que los genitales son ambiguos. Puede ocurrir que el recién nacido presente genitales de ambos sexos, produciendo confusión a la hora de considerar si es un niño o una niña. En otros casos, los genitales están bien definidos pero son incongruentes con los genes del recién nacido, de manera que una configuración cromosómica XY va acompañada de unos genitales femeninos externos. Conforme a una perspectiva clásica sobre la socialización de género, podría afirmarse que una vez decidido el sexo del recién de nacido (ya sea porque se haya decidido “corregir” quirúrgicamente uno de los dos sexos, o bien se considere que la genitalidad está por encima de los cromosomas) la educación proporcionada en un sentido u otro, marcará la identidad de esa persona.
El contenido de la novela antes citada (Middlesex) ofrece al lector un potente estímulo para reflexionar en torno al paradigma sexo-género. Su protagonista, primero Calíope y posteriormente Cal, se acerca al mundo con genitales femeninos externos, pero oculto en éstos se halla la realidad de un doble sexo: los genitales masculinos. Debido a una inadecuada revisión médica, y unos inexistentes análisis que determinasen su carga genética como varón (XY), Calíope es identificada como chica y educada como tal. A lo largo de la historia asistimos a la conformación de su identidad de género en un sentido femenino hasta el momento en que descubierta su doble realidad tratan de confirmar la feminidad de su identidad. Calíope miente y se describe como chica, aún cuando se percibe así mismo como un chico. Cómo él mismo dice: “primero fui una cosa y luego otra”.
El avispado lector se habrá dado cuenta de que este ejemplo, por supuesto ficcional, representa cierta evidencia contra la creencia de que la identidad de género es un producto de la socialización. Desde esta postura, se entiende que el individuo asimila elementos socioculturales propios de su entorno, que le permitirán adaptarse y, también, desarrollarse dentro del contexto social, a la vez que construye su personalidad. Sin embargo, Calíope es educada como niña desde su nacimiento y como niña va respondiendo a los estímulos externos, hasta que ante la posibilidad de ser operada y conformar su sexo como femenino, decide huir y reconocerse así mismo como hombre.
Cojamos o no el ejemplo de “Middlesex”, la intersexualidad es en sí misma una paradoja que, a priori, podría ayudar a desentrañar el papel que herencia y ambiente juegan en la formación de la identidad de género. Los primeros estudios que habían realizado un seguimiento de personas intersexuales llegaron a afirmar que la identidad no era una cuestión determinada por la configuración genética de estos sujetos (XX o XY), sino que era determinada por la educación durante su desarrollo. Posteriormente, otros investigadores como Dreifus, un investigador relevante en esta materia, afirmaría en 2005 que “puedes castrar a un chico en su nacimiento, crear una estructura genital femenina, educarlo como una chica, y en la mayoría de los casos, ellos todavía se reconocen así mismo como hombres” (Dreifus, 2005). Estos últimos estudios sugieren, por tanto, que la identidad de género es innata, o en cualquier caso no es el producto total de la socialización posterior a la categorización sexual. A pesar de ello, conceptualizar la identidad de género como el producto de la exposición hormonal desde el momento de la concepción, puede suponer una noción muy limitada de ésta.

A partir de aquí se mostraban los por qué.

3 comentarios:

Cristina dijo...

Me has dejado esperando, ahora te queda mostrar esos porqués.
Este tema siempre ha sido objeto de polémica, es muy difícil llegar a conclusiones claras, sobre todo porque es imposible eliminar como variables extrañas tanto a la natura como a la nurtura para examinar el efecto aislado de cada una de ellas de forma independiente.
Pero después de leerte, cabría preguntarse ¿qué ocurriría entonces con aquellos -quizá los que fundamentalmente engrosan las filas de la transexualidad o intersexualidad- que poseen como genotipo un par de cromosomas sexuales determinado (pongamos xy), su fenotipo se corresponde perfectamente con ese par 23, son socializados dentro de los patrones culturales de dicho par y expuestos hormonalmente en la misma dirección xy, pero que cuando termina la construcción de su identidad de género, el resultado final es un xx? Vamos, que siendo genotípica y fenotípicamente hombre, teniendo toda la bioquímica a favor de lo masculino y siendo socializado además como tal, se siente y se desea como mujer?
Complicado, verdad? Pero aún lo podemos complicar más si entramos en el debate de la orientación sexual. Esto nos demuestra, una vez más, que la vida no es tal lineal como nos gustaría, por mucho que haya tantos que se empeñan cada día en simplificarla.

Está muy bien esto de reflexionar, además no es una mala vía para ir despertando a las musas de su letargo, o por lo menos de realizar una espera entretenida.

Muchos besotes.

Raúl Navarro dijo...

Cristina, tu y yo tenemos que escribir algo juntos, trabajar juntos, saldrían cosas muy buenas. Justamente lo que dices era lo que quería comunicar a los lectores de aquel capítulo de libro malogrado. Decirles: sí, lo social es importante, pero no olvidemos la naturaleza y el complejo y ambivalente juego al que no someten ambas realidades, y es que la identidad sexual y de género se relacionan pero también nos llevan a experiencias distintas, a veces disociadas como la realidad sobre la que preguntas. Que sensación la de darle al coco de vez en cuando.
Besos y gracias por tu aportación.

Anónimo dijo...

Es cierto que el género es una construcción socio-cultural por el hecho de ser hombre o mujer.Y nuestras conductas y experiencias van a estar condicionadas e influenciadas por las distintas posiciones sociales que ocupemos,por nuestro género.

Sin embargo cada persona es singular y única,por tanto no debemos olvidar el componente natural.

Muchos besos.

La Petra de Cuenca.