He dejado a mi novia. Intuyo vuestra sorpresa. Muchos no sabíais que tenía novia y otros, supongo, habréis descolgado vuestro labio inferior al conocer la noticia de la ruptura. Para quienes os encontráis en el primer grupo: “sí, he mantenido lo que siempre entendí como una relación de pareja durante cuatro largos años”. Para aquéllos con el labio descolgado: “creo ya iba siendo hora de cortar con esta relación y ponerme manos a la obra para encontrar una mucho más satisfactoria”.
La ruptura se produjo el 22 de Diciembre. El fin de semana había sido muy intenso. Casi no nos separamos el uno del otro, intuyendo que el final estaba cerca. Lo hicimos en todos los rincones del “palomar”: sobre la cama, sobre la mesa del comedor, sobre la mesa del té, sobre los sofás, en la mesa del despacho, sobre la nueva impresora, en la cocina, en el pasillo. Quizás el único lugar que nos faltó fue el baño, aunque creo que también ahí cruzamos más que una miradita. Sin embargo, ella me comunicó que era el momento de romper. Aunque ya sabía que la ruptura llegaría algún día, no pude evitar lanzar algún que otro reproche: “he perdido cuatro años de mi vida contigo y ¿ahora qué?”, “no sé si podré salir de esta, te necesito, no sabré vivir sin ti, no puedes hacerme esto”, “ya lo veía venir, siempre supe que había otro”, “te he dado lo mejor de mí y así me lo pagas”, “te vi nacer, te cuidé, te alimenté, te vi crecer, te ayudé a convertirte en lo que ahora eres y me dices que es hora de andar por tu propio pie”. Pero después, el orgullo personal hizo su aparición a través de un grupo de frases trilladas: “no eres tú, soy yo”, “creo que para mí también ha llegado el momento de saber si puedo estar solo”, “eres lo mejor que me ha pasado nunca y no te merezco, será mejor que te deje ir”, “tu necesitas alguien de tu misma talla emocional, social e intelectual y yo no puedo ofrecerte todo eso”.
A las 20:00h del domingo 21 de Diciembre llegamos a la conclusión de que dejarlo era lo mejor para ambos. Recogimos todas sus cosas y las empaquetamos. Clasificamos todo aquello que había ido acumulando durante estos años y le pusimos etiquetas por si en algún otro momento había que recurrir a sus recuerdos. Ella se arregló para la ocasión, vistiendo la camiseta que le había regalado unos días antes con la frase de W. Somerset Maugham serigrafiada en el pecho: «Sólo avanzada ya mi vida me di cuenta de cuán fácil es decir: “no lo sé”»
El 22 de Diciembre se fue con el otro. Tendremos que vernos las caras a la vuelta de navidades porque aún quedan cosas por arreglar. Y en unos meses el tribunal evaluará nuestra relación. Después de eso, el tiempo dirá, aunque no creo que podamos ser amigos, al menos no con ese horrible nombre “tesis”, que desde el principio marcó el final de nuestra relación.
La ruptura se produjo el 22 de Diciembre. El fin de semana había sido muy intenso. Casi no nos separamos el uno del otro, intuyendo que el final estaba cerca. Lo hicimos en todos los rincones del “palomar”: sobre la cama, sobre la mesa del comedor, sobre la mesa del té, sobre los sofás, en la mesa del despacho, sobre la nueva impresora, en la cocina, en el pasillo. Quizás el único lugar que nos faltó fue el baño, aunque creo que también ahí cruzamos más que una miradita. Sin embargo, ella me comunicó que era el momento de romper. Aunque ya sabía que la ruptura llegaría algún día, no pude evitar lanzar algún que otro reproche: “he perdido cuatro años de mi vida contigo y ¿ahora qué?”, “no sé si podré salir de esta, te necesito, no sabré vivir sin ti, no puedes hacerme esto”, “ya lo veía venir, siempre supe que había otro”, “te he dado lo mejor de mí y así me lo pagas”, “te vi nacer, te cuidé, te alimenté, te vi crecer, te ayudé a convertirte en lo que ahora eres y me dices que es hora de andar por tu propio pie”. Pero después, el orgullo personal hizo su aparición a través de un grupo de frases trilladas: “no eres tú, soy yo”, “creo que para mí también ha llegado el momento de saber si puedo estar solo”, “eres lo mejor que me ha pasado nunca y no te merezco, será mejor que te deje ir”, “tu necesitas alguien de tu misma talla emocional, social e intelectual y yo no puedo ofrecerte todo eso”.
A las 20:00h del domingo 21 de Diciembre llegamos a la conclusión de que dejarlo era lo mejor para ambos. Recogimos todas sus cosas y las empaquetamos. Clasificamos todo aquello que había ido acumulando durante estos años y le pusimos etiquetas por si en algún otro momento había que recurrir a sus recuerdos. Ella se arregló para la ocasión, vistiendo la camiseta que le había regalado unos días antes con la frase de W. Somerset Maugham serigrafiada en el pecho: «Sólo avanzada ya mi vida me di cuenta de cuán fácil es decir: “no lo sé”»
El 22 de Diciembre se fue con el otro. Tendremos que vernos las caras a la vuelta de navidades porque aún quedan cosas por arreglar. Y en unos meses el tribunal evaluará nuestra relación. Después de eso, el tiempo dirá, aunque no creo que podamos ser amigos, al menos no con ese horrible nombre “tesis”, que desde el principio marcó el final de nuestra relación.