5 de junio de 2009

Varices


Frecuentemente caía en el error de recordar como le gustaba observarlo mientras dormía, especialmente las mañanas soleadas de domingo. Desde hacía un tiempo, procuraba despertarse antes que él, se recostaba en la cama y cogía un libro. No leía, pues sólo quería mirar, pero aquel objeto le servía de excusa cuando le pillaba infraganti mirándole. Disfrutaba viendo su pelo arremolinado, el vibrar de sus labios mientras respiraba tímidamente y, quizás, soñaba. Se fijaba en las legañas que se había formado durante la noche y que serían borradas minutos después en el baño matutino. También le gustaba ducharse con él y todo el juego erótico que acompañaba esos baños. Se divertía preparándole el desayuno y sentía algo agradable al mirar los hoyuelos que se le formaban mientras masticaba. Le encantaban los momentos en que sonaba una canción en la radio y sin mediar palabra ambos se ponían a bailar hasta acabar juntos, besándose. Su piel se erizaba cuando recordaba los abrazos y los besos dentro del mar, una tarde cualquiera de verano. Se estremecía cuando recordaba como era que le abrazaran por detrás mientras besaban su cuello. Mientras escribía o leía le gustaba saber, sentir, que él estaba en otra habitación, también leyendo o escribiendo. A veces abandonaba su lectura y se movía por la casa, tratando de no hacer ruido, hasta situarse donde no pudiera ser visto y así poder espiarlo. Verle leer le resultaba muy erótico. Él no tardaba en darse cuenta que estaba siendo vigilado y se hacía el interesante pues conocía la reacción que provocaba.
Superado el error, se despertaba de su ensoñación y se preguntaba cómo era posible recordar, cómo era posible evocar esas situaciones y las sensaciones que estimulaban, cuando sabía perfectamente que todo era inventado. Parecía haber experimentado el calor de los besos, el olor a mar, la fuerza del abrazo y las cosquillas en su estomago mientras le espiaba. Todas esas sensaciones las tenía, pero no con él. Suponía que, en ocasiones, inventamos recuerdos y los recreamos hasta tal punto que nos parece haberlos vivido. Se levantó de la cama, allí donde había creído observar al otro, y mientras lo hacía divisó una pequeña variz en uno de sus muslos. Se asustó. Pensó que, al igual que la sangre quedaba atrapada en ese tramo de vena, quizás esos recuerdos inventados obstaculizan el flujo neuronal de nuevos recuerdos, de nuevas experiencias. Se sintió mayor, no por la variz en su pierna, sino por las varices cerebrales que se había procurado durante estos años y concluyó que lo mejor sería operarse. Bajó a la calle y se puso a hablar con el primer desconocido que encontró. Sabía que la mejora de su flujo neuronal pasaba necesariamente por el hecho de aventurarse.

3 comentarios:

La Petra de Cuenca dijo...

No creo que una variz en un muslo o esas varices neuronales sean lo suficientemente fuertes como para obstaculizar otras vivencias o recuerdos,ya sean reales o imaginarios.
Mientras exista la posibilidad de operar y seguir adelante en busca de nuevas aventuras.Todas esas varices no serán un problema sino simplemente un impedimento en el camino.

Besos.

Anónimo dijo...

Tengo que operarme ya mismo ...
MIGUEL.-

Jesús dijo...

Pues el personaje ha de hacer cura de urgencia, además ahora es buena época, que en la calle empieza a hacer calorcito y hay mucha gente en las terrazas, no será hoy, pero ya vendrán días con mejor tiempo. Un abrazo, nos vemos.
P.D.: por cierto a ver si quedamos a tomarnos una caña o algo así, que no te veo desde hace un siglo.