25 de septiembre de 2008

Sencilla Alegría


Un día más he llegado al puente en el que cada mañana dirijo mi mirada hacia el vacío. No hay mucha altura, y su vientre es recorrido por un agua verde que promete un negro fango a quién se atreva a zambullirse en sus entrañas. El riesgo que uno asume al lanzarse no es el de morir a consecuencia del impacto, sino por el daño producido por las ramas o quizás la basura que puebla su quietud. Nunca pensé lanzarme, de todos modos.

Mis ojos pasan del agua al adoquín del puente por donde transitamos los viandantes. Son baldosas peligrosas, sobre todo en los días de lluvia y nieve. Pero hoy luce el sol e incluso la temperatura parece elevada, como si el verano hubiese cogido la mano al otoño.

Voy dormido, como es habitual, y el ipod trae a mis oidos “I feel it all” de Feist. No tengo a nadie con que compartir su significado, pero me hace sonreír y me entran ganas de bailar. Tengo que vigilar mi boca para que no emita las sílabas que mentalmente recito.

Vuelvo a mí y trato de abandonar la posesión ejercida por la música. Entonces las veo: blancas, relucientes, perfectamente sincronizadas, con una pantera dorada en sus lomos. Son unas zapatillas “puma” coronadas por unos impolutos calcetines cortos. Parecen nuevos, como también lo parecen las panteras tatuadas. Sigo subiendo y veo que el calcetín rodea una piel arrugada por el paso del tiempo, pero fortalecida por el ejercicio. No son unas piernas bonitas, tampoco musculosas, pero están muy cuidadas. En su mayoría están cubiertas por una falda de color marino. Ese marino de antaño que tanto he visto coser a mi madre. Junto a la falda, una blusa amarilla sin mangas, fresquita, a pesar del incipiente frío. En su conjunto, con la excepción de las zapatillas, el vestuario parece una entrañable elección de algún montón de ropa expuesta en un mercadillo, o quién sabe si confeccionada a medida.

Acelero mis pasos, pues mi deseo es ver su rostro. No puedo, la enigmática mujer anda de forma muy ligera, acostumbrada al ejercicio matutino. Mi paso hoy es torpe, agarrotado y no puedo alcanzarla. Las blancas zapatillas y el cuerpo de mujer realizan un giro en busca de la recta que les llevará a un paseo por la hoz. He perdido mi oportunidad de verla, aunque algún día espero hacerlo y preguntarle por sus zapatillas. Las que me hicieron sonreír y pensar que valía la pena seguir caminando, aunque fuese solo.

Cada mañana, mi ávida mirada regresa al puente, esperando encontrar a esa mujer madura. No he vuelto a ver cabalgar las doradas panteras, pero estoy seguro que todos los días lo hacen, recordándome que la felicidad también es jugo de las pequeñas cosas.

3 comentarios:

Cristina dijo...

Cada vez me gusta más leerte, me has llevado fielmente a pasear por el puente, he visto nuestro querido río verde, hasta he divisado a los patitos allí abajo, también he visualizado a esa mujer de paso ligero girando hacia la hoz. Y, para ponerle más realismo, me has incitado a buscar “I feel it all” de Feist en youtube y, mientras te escribo, lo estoy escuchando. Perfecto! ahora soy tú hace unas horas y me gusta sentirme dentro de tu piel, ¡es tan bonita tu forma de percibir la sencilla alegría!

Y ahora me muero de ganas por conocer a esa andarina matutina yo también. Una de estas mañanas nos vamos juntos puente abajo a buscar a los felinos dorados.

(Sencilla alegría cuando miro alrededor y siguen las cosas donde ayer las dejé yo... Mmmm, Luz, siempre Luz...)


Besos, besos.

La Petra de Cuenca dijo...

No dejas de sorprenderme.Las cosas más simples las haces bellas.

Si algo envidio de ti.Es que siempre encuentras la forma de seguir caminando y sacar el jugo de las pequeñas cosas.

Besos.

el piano huérfano dijo...

ufffff que bien escribes
la felicidad la completan las pequeñas cosas

por encima del pozo hay puente que una vez no lo vi y cai, esa fue la ultima oportunidad luego caminas por el puente, intento no mirar abajo.

no sé a que viene eso, me has hecho recordar cosas y olvidarlas al mismo tiempo


muchas gracias