13 de febrero de 2009

El muñeco


Primero fue el ruido y, después, la luz. El polvo levantado al abrir la vieja puerta, daba forma al cono de luz que irrumpió en el oscuro armario. Una mano atravesó el umbral hacia su interior y comenzó a dibujar círculos, buscando. Los dedos se posaron sobre una superficie aterciopelada, se asieron a ella y la llevaron hacia la luz. Era un enorme muñeco y su apariencia era tan humana que la mano que lo sujetaba estuvo apunto de soltarlo al recibir el estremecimiento provocado por la extraña figura. El tamaño del muñeco excedía al de quien lo había encontrado, pero era liviano y no tuvo dificultad para colocarlo fuera y observarlo.

Hace casi 30 años, dos atrevidos artesanos decidieron crear un muñeco que, al contrario que aquéllos fabricados con madera o recreados con cadáveres, fuera completamente humano en su apariencia, y tuviese un desarrollo físico idéntico al de otro seres. Comenzaría siendo bebé para, progresivamente, ir creciendo hasta que su piel volviera a arrugarse y, después, finalizara su vida si antes otro evento no anticipaba el desenlace. Para ello requerían de un material que, si no pudiera recrear huesos, músculos, órganos y venas, tuviera las cualidades de elasticidad y resistencia de la carne humana. Ambos convinieron que el plástico era la mejor opción dadas sus infinitas posibilidades de moldeamiento. Finalmente, poniendo todo su amor en la tarea, crearon el muñeco y en el mismo momento en que concluyeron éste lloró como un recién nacido. El muñeco fue dotado de la mejor genética posible, asegurando así unas buenas condiciones físicas. Su educación aseguraría unas buenas habilidades comunicativas y creativas. Los artesanos pusieron en él todo aquello que creyeron aseguraría su posterior felicidad. Durante los primeros años, nadie pareció darse cuenta de su plástica naturaleza, nadie excepto el Dios que todo lo controlaba. Ofendido, montó en su negro caballo y bajó a la tierra, a la que no había prestado atención durante largos años. Enfadado como estaba por el plagio de su gran obra no mató al muñeco, pues Dios es misericordioso, pero le castigó modificando su gomosa genética, sustituyendo su interior por pequeñas bolitas blancas de poliespan. Con un látigo inflingió una herida en su espalda. Una herida que permanecería siempre abierta, y por donde poco a poco se irían vertiendo las bolitas. La herida no sería visible a los humanos, a no ser que lo vieran en su desnuda naturaleza. Pero además, robó sus habilidades comunicativas y mermó sus posibilidades creativas con el objetivo de dificultar los futuros lazos personales. Por último, le devolvió el brillo plástico que sus “padres” tan afanosamente habían lijado para que pareciera humano. Desde aquel momento todo el mundo supo de su verdadero origen. En principio, la opinión generalizada no fue de rechazo, todo lo contrario, todos coincidían en decir: “que buen muñeco”, “es un muñeco genial”, “es talentoso”, “que guapo se pone a medida que va madurando” “deberían hacer otro muñeco para que puedan compartir su vida”. Pero el muñeco seguía soñando con ser humano y encontrar a una persona que lo abrazara por las noches sin importar que, a cada abrazo, unas gotitas de su vida (esas dichosas bolitas) se escapaban de su interior. Conoció a algunos humanos que no tenían, en principio, reparos en abrazarlo, pero la mayoría, en cuanto veían su herida lo abandonaban. Todo ello le llevó a la exclusión, a la muerte en vida y decidió esconderse, olvidando así sus deseos y el sueño de ser humano.

Nunca más se supo de él hasta el día de hoy en que la desconocida mano abrió el armario en el que se ocultó. Quién lo miraba veía un cuerpo delgado, aún joven y con posibilidades. “No me importaría tenerlo conmigo”-pensó. Sin embargo, al girarlo se dio cuenta de que en su espalda había una cicatriz por la que no dejaban de caer pequeñas partículas blancas. Trató de taponar la cisura pero cuanto más apretaba, mayor era la fuerza con que éstas salían. Sin intentar otras opciones, arrojó el muñeco al fondo del armario y cerró la puerta con la llave que antes utilizó para abrirla, pensando que así contendría la blanca nieve. Se marchó de la habitación y para asegurarse de que la marea de bolitas no invadiese el resto de la casa, también cerró con llave la puerta de la habitación donde había encontrado el viejo armario.

Justo en aquel instante, Dios rió desde su trono. Nunca antes lo había pasado tan bien. Entre carcajadas se preguntaba cómo nadie se había dado cuenta de que un simple beso sobre la herida la cerraría para siempre, acabando así con la tara del muñeco.

4 comentarios:

Cristina dijo...

Llegará ese beso curativo, no lo dudes, pero no sirve cualquier beso de cualquier boca, sólo la de alguien muy especial y eso se hace demorar por la escasez de seres especiales. Y cuando llegue lo sabrás, lo sabrás cuando por las noches sus brazos no te roben gotitas de vida, sino que cada abrazo engendre nueva vida.

Precioso, sencillamente precioso.

Aunque se que no poseo el poder de curar al muñequito, mientras llegan los labios oportunos, yo quiero poner un besito con mucho amor sobre su llaga.

Raúl Navarro dijo...

Gracias por ese beso, es muy importante para mí. Ayer vi tu llamada, siento no habertela devuelto, pero tenía el día algo torcido.
Besos.

La Petra de Cuenca dijo...

Por supuesto que ese beso llegará y será muy especial.Aun así la espera siempre es dura.Mientras llega sabes que tienes una amiga que siempre te ayudará a superar cada herida que surga, aunque no las pueda curar.

Muchos besos.

Anónimo dijo...

Todos los humanos crecemos durmiendo abrazados a un muñeco y cuando dejamos a un lado ese muñeco también dejamos de ser humanos... perdemos la inocencia, la pureza y la alegria.
Ojala todos los humanos pudieramos decir que tenemos 30 años y seguimos siendo muñecos...
Y la llave de ese armario, es como la espada de escalibur... algún dia llegará el Rey Arturo, alguien único y especial, y abrirá la puerta para abrazar ese muñeco...