26 de abril de 2009

San Francisco


Son las cinco y media de la mañana, las dos y media de la tarde para tu familia. Marcas el número de teléfono y al otro lado del atlántico la voz que desde niño tienes grabada en tu cabeza contesta la llamada. Te felicitan, hoy cumples treinta años, y mientras te preguntan cómo estás destacan la calidad del sonido, a pesar de estar tan lejos. Después de hablar descorres las cortinas de tu habitación y dejas entrar el tímido sol de la mañana californiana. Preparas el acuoso café y abres un regalo que alguien dejó oculto en tu maleta. Te hace ilusión porque sientes que, aunque muy lejos, alguien se acuerda de ti. Has alcanzado uno de eso breves momentos de felicidad y te preparas para el viaje que te llevará a esa otra gran ciudad. Te imaginas celebrando tu cumpleaños en el Castro, no rodeado de chulazos, sino con alguien con quien realmente quisieras estar, alguien que hubieras elegido como compañero(s) de viaje. Sabes que no será así y, por si eso fuera poco, encuentras chinches en la cama del nuevo hotel. Te sientes sucio y, aunque te cambian de habitación, la sensación sigue ahí. Un mensaje soluciona el problema, al día siguiente un nuevo y magnífico hotel te espera. Comienzas a disfrutar de la ciudad y aprecias que, por lo general, la gente tiene bonitos culos ya que son muchas las cuestas a subir. Si bien no es una ciudad tan limpia y los conductores no son tan respetuosos con los viandantes que en la ciudad anterior, te embarga una sensación de placer. Es uno de esos sitios donde crees encajar, donde piensas que vivirías bien, donde existen miles de rincones en los que perderse y disfrutar. Te sientas en un parque para observar el atardecer y ves como los últimos rayos de sol acarician el hierro del que fue el primer puente flotante de esas dimensiones. Te pierdes por Chinatown para disfrutar de un delicioso plato de rollitos y fideos vietnamitas y olvidas que lo peor de pasear por el Castro con tu jefe es que te pregunten si estás casado con él. San Francisco es vibrante, una ciudad llena de vida, aunque te apena ver tanta gente llevando los recuerdos de toda una vida en viejos carros de supermercado. Rememoras tus suplicas en San Diego y das gracias a tu dios de bolsillo por haberte escuchado mientras le cuentas que San Francisco no tiene nada que envidiar a Nueva York, sino todo lo contrario.

3 comentarios:

La Petra de Cuenca dijo...

Por muy lejos que estes siempre habra personas que nos acordemos de ti y más el día de tu cumple.
Espero que en un tiempo y no muy lejano puedas volver a pasear por el Castro con el compañero(s)de viaje que eligas y al menos por un momento la felicidad sea completa.

Besos.

Anónimo dijo...

Cuántos post atrasados !!!
Ya me gustaría pasear por el Castro ...
Un besote
MIGUEL.-

Jesús dijo...

No me disgustaria vivir en San Francisco, por lo que cuentas y he visto en los documentales de "La 2", pero el estar a merced de una caprichosa falla con nombre de santo me tendría un poco inquieto. Un abrazo, nos vemos.