28 de julio de 2009

KOREA


El barrio en el que crecí colinda con otro cercano al que la gente llama “Korea” con K. Un barrio de viviendas protegidas que, como muchos otros en nuestro país, fue foco de marginalidad y residencia de buena parte de la población gitana. Durante mi juventud crecí en la creencia de que, si bien no todos los gitanos eran malos, la mayoría eran vagos y poco fiables. Al gitano había que tenerle miedo, más aún cuando se movía en grupo, ya que su fuerza radicaba en la unión de la familia en temas de resolución de conflictos a través de la fuerza. Por este motivo, durante mucho tiempo, mi país del miedo estuvo habitado por gitanos. No sé de donde provenía este miedo puesto que, aunque mi padre siempre mostró hostilidad hacia ellos, mi madre mantenía excelentes relaciones con algunos miembros de la comunidad gitana. Largos años he dormido entre las sabanas que compraba a Carmen, una de las matriarcas, con la que hoy sigue hablando acerca de temas de salud y otras preocupaciones. También estaba “Jenry”, un gitano con deficiencia mental severa, que cuando te veía fingía masturbarse mientras emitía gruñidos, pero que despertaba más ternura que desprecio. Tampoco tuve ningún enfrentamiento o episodio que alimentara mis miedos pero, todavía hoy, puedo recordar el pánico que me producía cruzarme con algún joven gitano cuando regresaba a casa después de una noche de fiesta.

Hace muy poco tiempo, mis padres mudaron su residencia una calle más arriba de la que vivían entonces, más cerca de Korea, aunque el barrio ya no es lo que era. La mayoría de los gitanos se han marchado a otras zonas del pueblo donde se habían alojado inicialmente los nuevos ricos. Coincidiendo con nuestra mudanza una familia gitana, formada por aquellos que años atrás observaba por las calles de mi barrio, se han mudado a la casa de al lado. Fruto de este matrimonio dos hijas. Una de ellas, la mayor, gordita y con la voz que algunos humoristas han popularizado imitando a los gitanos, me busca para hablarme de sus costumbres, de su amor por la música flamenca, de sus bailes que han conseguido escapar a los éxitos internacionales de Lady Gaga o Madonna. Durante una de estas conversaciones me revela que cuando su hermana pequeña tenía cuatro años le dijo que los padres eran los reyes, mejor ella que otra persona, me cuenta. En su móvil busca la lánguida voz de “El Gordo” para que así pueda escuchar el cante gitano, como ella lo llama. Le pregunto si dicho cantante es Falete. Ella pone sus ojos en blanco y, rotunda, me dice: “él no es de los nuestros”. Me rió por su comentario mientras saludo a la mujer marroquí que regala a mi madre pan de pita para agradecerle la ropa que el otro día le dio. Me sorprende ver como mi padre le da dos besos a esta mujer y le desea feliz verano de vuelta en Marruecos y ella le dice: “adiós amigo”. Me deleito con la diversidad de ese microcosmos que es Korea y por unos instantes me olvido del país del miedo, que seguirá rondándome pero, ahora, me preocupa menos.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Me han encantado tus descripciones pues, como sabes, conozco bien todo de lo que hablas. Al leerlo además me he imaginado las calles, el barrio y las personas ...
Como vienes a decir, es el desconocimiento lo que produce el miedo. Yo me cruzo todos los días con "jenrys" y "cármenes" y te puedo asegurar que no dan nada de miedo. Si bien, como dices, ternura, simpatía, cercanía e incluso complicidad. Y sí, también de vez en cuando a alguno/a que otro de buena gana le darías un guantazo o una buena reprimenda (lo primero nos quedamos con las ganas, lo segundo sí que lo hacemos).
Ya hablamos "Chuli" ...
Fdo: EL PAI

Cristina dijo...

Qué hermosura, Raúl!!!
Todo estereotipo se queda en mantillas cuando alguien como tú, con la suficiente inteligencia como para no vivir de clichés, abre la mente, los ojos y el corazón y se deja llevar por unos instantes entre el rico mestizaje de culturas, tirando abajo los muros de esos países inventados del miedo que tanto daño nos han hecho a todos, los de aquí y los de allá.
Bonita estampa koreana esa de un día cualquiera.
Unos besos.

Jesús dijo...

Hermoso relato, tiene razón Cristina. Para quitarse clichés, nada mejor que convivir con la diferencia, para ver que somos iguales. Un abrazo, nos vemos.

Raúl Navarro dijo...

Hola Pai, durante el viaje tuve la necesidad de contaros lo de la niña gitana y mis conversaciones, pero me lo reservé para el post. Lo cierto es que tienes una profesión muy bonita, entiendo que agotadora, estresante y también frustrante, pero muy motivamente. Eso me da mucha envidia.
Cristina, me alegra que te haya gustado, estaba un poco seco de ideas para el blog y al final aparecen de las cosas más cotidianas, pero esto ya me lo decías tú. Mañana nos vemos.
Jesús, espero que los preparativos vayan viento en popa, mañana me acercaré a ver a Mirella, estoy intranquilo porque no sé nada definitivo.

Un abrazo a todos, gracias por seguir viniendo por aquí.

La Petra de Cuenca dijo...

Me siento muy identificada con la descripción que haces.Al igual que tú me crie en un barrio donde la mayoría era de población gitana y al cole donde iba no estaba muy bien visto.

Sin embargo cuando convives con ellos,abres la mente y ves las cosas de otro modo.Es cierto que cuando era una cria les tenía mucho respeto pero al final te das cuenta que no es a ellos a los que tienes que tener miedo sino a otras cosas.

Muchos besos.