12 de agosto de 2009

Vedreao


Tendría 12 años, o quizás más, cuando mi madre me dio una pequeña maleta en la que meter mi ropa y poder así trasladarla más cómodamente al lugar de vacaciones. Realmente no era una maleta si no más bien una especie de neceser grande que había comprado para su viaje de novios. Recuerdo que era gris y estaba rodeada de una cinta negra con la que poder moverla de un sitio a otro. Ceremoniosamente los primeros días de Septiembre doblaba mis camisetas y pantalones cortos y los iba almacenando cuidadosamente en la pequeña maleta. No había mucho espacio, lo que me obligaba a seleccionar muy cuidadosamente aquello que quería llevarme, considerando además que debía incluir calzoncillos, calcetines y también algún tipo de calzado. En cuanto a los juegos con los que pasar el rato, por aquel entonces, no existían las modernas consolas de mano, sino aquellas maquinas que contenían un único juego, en mi caso el de una nave espacial que debía evitar una lluvia de meteoritos que se repetía hasta la eternidad, pero nunca lo llevé a la playa, pues en ella podía disfrutar de otro tipo de imágenes.
Durante aquellos viajes de veraneo íbamos acompañados de otra pareja, a veces más, amigos de mis padres. Sin embargo, el único niño era yo. Los demás tenían hijos mayores que preferían quedarse en el pueblo para disfrutar de la libertad y de los días de fiestas, tal y como hacía mis propias hermanas. Este hecho me convertía en el hijo de todos ellos y hacía que no me faltaran los helados, las cometas, los balones y los cómics que devoraba en la caliente arena. A pesar de ello, yo echaba de menos poder viajar con mis hermanas pues entendía que ellas, más cercanas a mí por edad, podrían empezar a enseñarme cosas del mundo, cosas que me eran vetadas por aquellos otros más adultos.
Aún así, en ocasiones, el amigo de mis padres me decía: “Raúl, ¿vamos a ver el vedreao?”. Al principio no sabía que quería decir con esa palabra, pero la idea de pasear por la playa y la expectativa de beber algo en un chiringuito mientras me dejaban comerme todo el pincho, era más atractiva que permanecer tirado en la toalla viendo pasar las horas. Mientras andábamos me iba diciendo: “mira allí cuanto vedreao”. Con ello se refería, mayoritariamente, a las chicas que hacían topless en la playa, pero también al resto de mujeres que lucían su cuerpo en bikini o bañador. Yo participa de aquello diciéndoles “mirar, mira allí todo lo que hay”. Y gracias a la popularidad de las playas nos encontrábamos de todo: pechos más grandes, más pequeños, coronados por un pezón firme, en otros menos firme.
Aquellos veranos me ayudaron a conocer las diferencias entre un pecho operado y un pecho natural, aunque todavía la cirugía estética no había alcanzado el boom de años después. El secreto, según el amigo de mis padres, residía en observar a la chica tumbada. Si el pecho no se descolgaba ligeramente hacia los lados sino que quedaba rígido, como mirando hacia arriba, había muchas probabilidades de que albergara silicona. La idea de la silicona me disgustaba un poco porque la única que yo conocía era la que mi padre aplicaba mediante una pistola en las juntas de la bañera y no podía imaginar como una chica introducía esa misma sustancia en el pecho. Llegue a imaginar que dado que el pecho contiene pequeños orificios de salida para dejar escapar la leche, también podrían ser utilizados como conductos de entrada, aunque esto me desagradaba. Estos pensamientos recorrían mi cabeza durante aquellos paseos cuando comencé a fijarme en otro tipo de bultos y en otro tipo de pechos, en este caso en los masculinos. No sé cuando empezó esa costumbre, pero recuerdo que ya entonces me planteaba que aquello no era lo “correcto” o al menos lo que se esperaba de mí. Aprendí a callar la existencia de ese otro tipo de vedreao que en mi imaginación tanto placer me producía, pero no lo perdí de vista. Hoy me he enterado que la palabreja es también un vocablo de la manchuela con el que se refieren al conjunto de piezas de vidrio o loza para el servicio de mesa. Me sigue gustando más el significado que tiempo atrás aprendí. Ahora, más mayor, cuando vuelvo a la playa sigo dando esos largos paseos y, cómo no, sigo disfrutando del vedreao.

4 comentarios:

La Petra de Cuenca dijo...

En ocasiones es mejor callar y observar el vedreao sin dar ninguna explicación y que cada uno mire lo que más le guste,asi te evitas muchos poblemas.
Mucha suerte en Gran Canarias y ojalá disfrutes del vedreao con todos tus sentidos.

Muchos besos.

Cristina dijo...

Hala, pues venga, vedreao variao!!! Elige el que consideres, que para gustos los colores y la libertad de elección, además creo que allí hay mucho vedreao para elegir.
Muy salao tu post, fresquito, natural, oportuno, como tú mismo.
Que tiemble Gancanagia!!!
Un besote y a disfrutar.

Raúl Navarro dijo...

Pues eso, que tiemble grancanaria y su vedreao. Voy a ver si cazo algún bomboncito por allí, o al menos me lo calzo, que no quiero más. Como dice la Bebe no más sufrir...ya os contaré qué tal lo pasamos. Muchos besos para ambas y, también, para los lectores anonimos del blog, que un "achuchón" de vez en cuando no nos viene mal.
Hasta pronto

Raúl Navarro dijo...

Perdón, para los mitómanos..la Bebe no dice no más sufrir, dice no más llorar, que pa' el caso...