26 de enero de 2010

Sin título II



SOLEDAD. . .

Hoy no he vuelto a nacer, he muerto. Mi vida se ha acabado, mis ilusiones, mis sueños han dejado de existir. Ya no existo, me pueden ver, pero no soy nadie. Mi consciencia ha dado su último latido, se ha sumido en una mar de indiferencia para dejar paso a la desolación. El diagnóstico fue claro: "la silla". He perdido todo aquello que anhelaba, lo que más deseaba, y a cambio recibo una silla. Con ruedas pero, al fin y al cabo, cuatro hierros en los que me veré postrado durante todo lo que me queda de vida. Si pudiera elegir, probablemente elegiría la muerte, al fin y al cabo estoy muerto. Ya no podré realizar mi tesis (acaso alguien en su sano juicio se atrevería a ir a Africa con silla de ruedas), pues claro que no, un inválido no sirve para nada. Es un muerto en vida relegado a estar en una inútil silla, tan inútil como el que va encima de ella.
Me sentía solo cuando Ana me abandonó, porque es ahora cuando entiendo que me abandonó por otro. Menos mal que fue antes y no ahora, puesto que es más reconfortante pensar que me abandonó cuando estaba bien y no cuando no soy nadie.
¡Malditas piernas!, me han fallado injustamente, su ausencia ha destrozado mi vida, y ahora, ¡qué "cojones" hago yo!. Estoy cansado, muy cansado, me miro en el espejo y no me reconozco; mis ojos son tristes, y temo no poder hacer que se tornen felices. . . El médico lo dejó claro: ha sufrido una lesión en la médula espinal, a nivel dorsolumbar, que le ha acarreado una parálisis de sus miembros inferiores a partir del inicio de los muslos. Yo lo entendí así: pasarás el resto de tu vida en una silla de ruedas, completamente sólo, perdido en algún sitio, sin nada que hacer más que estorbar.
Me prometieron ayuda, me alentaron sobre mi nueva situación. Me dijeron que ahora era normal pasarlo mal y que tardaría un tiempo en darme cuenta de que mi vida no cambiaría demasiado si yo no quería, si seguía adelante y luchaba; pero ¿qué sabrán ellos?. Los médicos intentan ver el lado positivo a las cosas desde su posición erecta. ¿Qué sabrán? Nunca han estado postrados en una silla de ruedas. . .
El encuentro con mi familia fue algo extraño y subido de tono, ellos ya me habían visto cuando me encontraba en la unidad de cuidados intensivos, pero yo me negaba a verlos, no quería que me vieran de esa forma. Esperaba que algo solucionase mi estado para bien o para mal, y de esa forma no tener que verlos. El encuentro fue dramático, ellos intentaban contener su emoción, mientras yo permanecía indiferente, derrotado ante la vida. La ruptura de aquella nueva vida que quería comenzar.
Aún tenía que permanecer unas semanas en el hospital para recibir el alta e iniciar la fisioterapia, algo que desde mi punto de vista era inútil, pues no solucionaría mi mayor problema: la silla. Aunque claro, para llegar a tener más o menos autonomía, tenía que pasar por ello. Durante el tiempo que pasé en el hospital, Ana no apareció. Sabía lo que había pasado, pero por alguna razón no vino a verme. Mi estancia en el hospital la aproveché, con mi rabia y mi dolor, para contar a todos que Ana y yo lo habíamos dejado. Aproveché para atacarla, descargué mis últimas energías en hacer daño a alguien a quien quería, para que ella también pasara por algo parecido a lo que a mí me ocurría, sin pararme a pensar ni tan siquiera en las repercusiones que me traería. Quizás por ello Ana no vino a verme, o quizás fue por miedo a ver mi estado, a encontrarme paralítico y a rechazarme más de lo que ya hacía.

Continuará.

1 comentario:

La Petra de Cuenca dijo...

Al leer este relato una de las cosas que más me gusta.Es como muestras los sentimientos del personaje hacia su nuevo estado.
Ya que lo ideal sería pensar,que dicha minusvalía no va a suponer grandes cambios en su vida.
Sin embargo por mucho que se quiera apostar por el paradigma de la inclusión.A partir de ese accidente nada va a ser igual.Ya que muchos de sus sueños y actividades se van a ver limitadas.

Muchos besos.