16 de mayo de 2010

Little stories: The woman from the dietetic shop

Como todas las mañanas se levantó a eso de las 7:00. Tras darse una ducha y beber un café largo se pintó los labios y se dirigió a la estación de tren. Todas las mañanas cogía el tren con dirección a London Bridge. Después de tantos años ya conocía de vista a muchas de las personas que viajaban en el tren. En las últimas semanas se había fijado en un chico al que nunca antes había visto. Alto, delgado, moreno vestía una cazadora negra de un material parecido al cuero. Se había fijado en él porque ambos bajaban del tren en Queens Peckham Road, se dirigían a la parada de autobus y cogían el número 177 en dirección a New Cross. Él se bajaba junto a la parada de la estación de tren y ella continuaba su viaje diario hacia la calle Danford. Allí tenía una tienda de productos dietéticos. Toda una paradoja si conociéramos su peso real. 
La tienda no iba demasiado bien aunque le daba para pagar todas sus facturas y vivir cómodamente considerando que su casa la había heredado de sus padres y la tienda era una antiguo local que había pertenecido a su abuela. La tienda había sido antes un herbolario por lo que había conservado la antigua decoración en lo que ahora era su propia tienda. Ya no vendía hierbas y remedios naturales como hacía su abuela. Todos los productos eran sintéticos, envasados en llamativos botes de colores. Su negocio más lucrativo era la línea de complementos dietéticos para deportistas que había incluido cinco años atrás, cuando comenzaron a proliferar los gimnasios por la zona.
Pero a ella no le interesaban las ventas, lo que le motivaba a desplazarse cada día a la tienda era lo que escondía en la trastienda. Oculta en la oscuridad de aquella habitación sin ventanas se encontraba una pequeña jaula que tiempo atrás compró en una tienda de sado. Y en ella se hallaba un cuerpo desnudo de un joven de 25 años. Se llamaba Stephen y era estudiante de una universidad cercana. Un cliente recurrente en busca de proteínas que un día probó una barrita dietética que amablemente le ofrecieron. Llevaba cautivo aproximadamente un año y, después de todo por lo que había pasado, no sabía que le quedaban pocos minutos de vida después de que consumiera el desayuno que su carcelera le proporcionó.
El sonido del vómito fue apagado por la campanilla que avisaba de la llegada de un cliente. Ella sale a recibirlo y se encuentra con el chico del autobús que le pregunta por un bote de proteínas. Con una espléndida sonrisa ella le recomienda unas nuevas barritas que debería probar. 

10 comentarios:

La Petra de Cuenca dijo...

Con lo cata caldillos que soy yo anda que hubiera tardado en probar las barritas.Me hubieran parecido maravillosas.Pero con los tiempos que corren mejor será no probar nada de desconocidos.Pues no se sabe las sorpresas que pueden deparar los nuevos vecinos.

Muchos besos y cuidado con las barritas.

Roberto dijo...

Mmmm, al final historias como las de El Hiptonista van a dejar su huella (literaria) :)

Anónimo dijo...

Por cierto, me disculpo por mi dislexia sin límites :P

Raúl Navarro dijo...

Petrilla cuidado con lo que te metes por Cuenca.
Roberto, pues tienes razón está inspirado en el hipnotista y en una señora con la que coincido todos los días en el tren y el autobús.
Muchos besos.

ali dijo...

Ra, has vuelto a tus historias de intriga!!!!..todavía conservo las miles de cartas y de historias de miedo e intriga que recibia cada pocas semanas en mi buzón(que recuerdos más buenos) y ahora lo unico que quedan son recuerdos...me alegra leer y poder recordar a la vez, y comprobar que aunque los años pasan todavia seguimos siendo los mismos.Mil besos.

ali dijo...

No te preocupes Petrilla...que yo tambien hubiese probado las barritas...asi que...alli nos hubieramos visto encerradas de por vida...jejeje

Raúl Navarro dijo...

Ali, ya sabes que hay tontos como yo que nunca cambian y me siguen ilusionando las mismas cosas. Me alegra mucho que me dejes comentarios porque s'e que andas muy ocupada. Un beso muy grande. Cuidate mucho, mucho.

Ra'ul.

Guillermo dijo...

Chico, a veces me das un miedo. Y luego, creo yo que tengo la mente enferma. Ja ja ja. me ha encantado.
Es la revisitación de Hansel y Gretel muy siglo XXI, cuando 3 cuartas partes del mundo pasan hambre y el resto está a dieta.
Besos

Juan dijo...

Lo que dan de sí los trayectos en tren, ¿no? Y la capacidad de observación, por supuesto.
Raúl, siento no haber escrito en tu blog, pero ya sabes que soy perezoso hasta para el mío (auqneu hoy he regresado después de dos meses... espero que de verdad).
¿Cómo te va por Londres? Yo ya de vuelta, aunque la experiencia mexicana ha sido muy estimulante.
A ver si soy también constante en tu blog.
Un abrazo,

La Petra de Cuenca dijo...

Que razón llevas Ali.Encerradas todo la vida.Espero que estéis bien.

Muchos besos.