24 de diciembre de 2013

Hablemos de actitudes y contradicciones



Imaginad que un amigo, un familiar o un desconocido nos dice “la navidad es mi época favorita del año”. Con esta afirmación está mostrando una actitud. Es decir, su grado de favorabilidad o desfavorabilidad ante un objeto social (puede ser una idea abstracta, una persona, un grupo de personas o algo más concreto como una figura o un cuadro). La expresión de las actitudes, por tanto, muestran nuestras creencias y también nuestros gustos. Se encuentran compuestas por tres elementos: 1) el cognitivo, relativo a las ideas sobre el objeto social (“la navidad es una época entrañable”), 2) el afectivo, relacionado con los sentimientos que nos despierta algo (“la navidad me hace feliz”) y 3) el elemento conductual (“durante la navidad canto villancicos, trato de hacer feliz a otros, decoro mi casa con adornos navideños”).

Durante mucho tiempo se pensó que existía consistencia entre los tres elementos de manera que las ideas positivas irían acompañadas de sentimientos positivos y conductas en línea con las ideas y los sentimientos despertados por el objeto de actitud. De esta manera cada uno de nosotros alcanzaría lo que se denomina coherencia actitudinal. La idea era que las personas no podemos vivir en la contradicción entre lo que pensamos, lo que decimos y lo que hacemos. Pero como ya todos sabéis, podemos vivir perfectamente en la contradicción, de hecho, muchas veces nuestra conducta contradice nuestros pensamientos. Tranquilos, es algo normal. Los propios objetos sociales son ambiguos, por ejemplo, tener una buena formación ya no asegura un buen trabajo o un buen nivel económico.

Por lo general, experimentamos contradicciones que no tienen ninguna repercusión en nuestra vida. Podemos pensar que el sushi es una comida saludable y muy proteica (cognición), pero darnos asco (afectivo) y, por este motivo, no comerlo (conductual). No obstante, en otras ocasiones experimentamos cierto malestar como consecuencia de nuestras contradicciones. Podemos creer en valores como los de la igualdad, la equidad, la protección social pero no hacer nada a nivel individual para que se consigan. Es cierto que el malestar psicológico experimentado dependerá de cómo somos cada uno de nosotros, pero en el caso de sentir esto que se llama disonancia cognitiva (malestar derivado de la contradicción entre nuestras ideas y nuestra conducta) tenderemos a generar nuevas actitudes que justifiquen nuestra conducta actual, por ejemplo, “a nivel individual no podemos hacer nada, deben ser los políticos quienes realicen cambios en esa dirección”.  Y así con todo, con nuestras compras, con nuestras relaciones, etc., somos seres en constante contradicción y hemos aprendido a vivir muy bien en ella. Sólo tenéis que encender la tele y ver noticias recientes porque no creo que todas las diputadas del partido en el gobierno estén de acuerdo, por ejemplo, con la actual reforma de la ley del aborto y, sin embargo, es probable que voten a favor. 

2 comentarios:

El fumador dijo...

Yo soy una contradicción permanente...

Unknown dijo...

Y quien diga lo contrario miente pues todos vivimos en una constante contradicción.Eso sí estamos quien lo reconocemos y los que consideran que sus actos son los mejores....