Imaginad que un amigo, un
familiar o un desconocido nos dice “la navidad es mi época favorita del año”.
Con esta afirmación está mostrando una actitud. Es decir, su grado de
favorabilidad o desfavorabilidad ante un objeto social (puede ser una idea
abstracta, una persona, un grupo de personas o algo más concreto como una
figura o un cuadro). La expresión de las actitudes, por tanto, muestran
nuestras creencias y también nuestros gustos. Se encuentran compuestas por tres
elementos: 1) el cognitivo, relativo
a las ideas sobre el objeto social (“la navidad es una época entrañable”), 2) el afectivo, relacionado con los
sentimientos que nos despierta algo (“la navidad me hace feliz”) y 3) el elemento conductual (“durante la
navidad canto villancicos, trato de hacer feliz a otros, decoro mi casa con
adornos navideños”).
Durante mucho tiempo se pensó que
existía consistencia entre los tres elementos de manera que las ideas positivas
irían acompañadas de sentimientos positivos y conductas en línea con las ideas
y los sentimientos despertados por el objeto de actitud. De esta manera cada
uno de nosotros alcanzaría lo que se denomina coherencia actitudinal. La idea
era que las personas no podemos vivir en la contradicción entre lo que
pensamos, lo que decimos y lo que hacemos. Pero como ya todos sabéis, podemos
vivir perfectamente en la contradicción, de hecho, muchas veces nuestra
conducta contradice nuestros pensamientos. Tranquilos, es algo normal. Los
propios objetos sociales son ambiguos, por ejemplo, tener una buena formación
ya no asegura un buen trabajo o un buen nivel económico.
Por lo general, experimentamos
contradicciones que no tienen ninguna repercusión en nuestra vida. Podemos
pensar que el sushi es una comida saludable y muy proteica (cognición), pero
darnos asco (afectivo) y, por este motivo, no comerlo (conductual). No
obstante, en otras ocasiones experimentamos cierto malestar como consecuencia
de nuestras contradicciones. Podemos creer en valores como los de la igualdad,
la equidad, la protección social pero no hacer nada a nivel individual para que
se consigan. Es cierto que el malestar psicológico experimentado dependerá de
cómo somos cada uno de nosotros, pero en el caso de sentir esto que se llama
disonancia cognitiva (malestar derivado de la contradicción entre nuestras
ideas y nuestra conducta) tenderemos a generar nuevas actitudes que justifiquen
nuestra conducta actual, por ejemplo, “a nivel individual no podemos hacer
nada, deben ser los políticos quienes realicen cambios en esa dirección”. Y así con todo, con nuestras compras, con
nuestras relaciones, etc., somos seres en constante contradicción y hemos
aprendido a vivir muy bien en ella. Sólo tenéis que encender la tele y ver
noticias recientes porque no creo que todas las diputadas del partido en el
gobierno estén de acuerdo, por ejemplo, con la actual reforma de la ley del
aborto y, sin embargo, es probable que voten a favor.
2 comentarios:
Yo soy una contradicción permanente...
Y quien diga lo contrario miente pues todos vivimos en una constante contradicción.Eso sí estamos quien lo reconocemos y los que consideran que sus actos son los mejores....
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